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Vereda. (relato juevero de Moly)

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Mientras caminaba por el oscuro sendero de una vereda sin tiempo, sin luz, en una vieja caseta de bus, a lo lejos una mujer miraba insistentemente a un árbol que se mecía con el viento. Un aire rodeo cálido mi rostro al acercarme. Dejaba volar mi imaginación mientras le miraba, podía sentir sus manos que firmes me agarraban con fuerza y me encontré en esa caseta abandonada en medio del parque con una desconocida, no tenía escapatoria, pero tampoco tenía intención de marcharme.  Mi imaginación me congelaba en ese lugar mientras la veía con la vista fija en la luna. Me acerqué a ella, comenzó a acariciar sus piernas, mientras las miraba apasionadamente. Ya a su lado y casi sin ver ni sentir, sus manos se acercaron a la hebilla de mi pantalón, me desvistieron despacio, quedándome quieto a sus caprichos. A ambos nos brillaba la mirada. Jugueteó con sus manos, haciendo que me excitase. Entre sus dedos fui cediendo suavemente. Comenzó a saborear mi sexo y siguió deslizando su mano por él,

Cabalga-me.

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  La cabeza entre sus muslos y mi lengua apasionadamente jugando con su vulva, enredándose mi lengua entre sus vellos, intensificaban su excitación demorando el instante en el que alcanzaría su delicado punto de ebullición. Sin dejar lugar a réplica, se giró y comenzó a cabalgarme. Se rozaba enérgicamente, hasta el punto de lastimar mi pubis con el suyo. Nadie me había explicado que el sexo con una mujer, pudiera ser tan doloroso. Pero no me quejaba. Ver cómo perdía el control sobre mí, compensaba aquella molestia y oír sus intensos gemidos mientras alcanzaba el orgasmo, hacía que todo dolor desapareciera, todo era sexualmente más gratificante que muchas otras experiencias, hasta caer rendida a mi lado aún temblando. Juan de Marco

Fusión

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La piel inflamada por los flujos de sangre, hacían de la cópula una unión celestial, más estrecha y satisfactoriamente exquisita. Sus labios sexuales, envolvían mi sexo como prensas de energía que fluían, para hacer de ellas, un ballet de gemidos y murmullos desatados. Alcanzamos el éxtasis entre vaivenes, mientras las carnes se comprimían entre sudores y jadeos... de ahí, el silencio cómplice de los amantes, quienes descansaban con sus cuerpos enredados entre sabanas y empapadas de los aromas propios de dos cuerpos a placer, donde detrás de cada beso impregnaban los sabores del otro, devolviendo en fusión los propios...  Y así el silencio de las calles afuera, fue desapareciendo..mientras los cuerpos aún se contraían buscando calmar un corazón acelerado, para quedar tirados sin emitir sonido alguno. Juan De Marco.

Velas

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Entonces me dejé caer en su lecho, y ella como serpiente se fue enredando en mi, deslizando su ardiente cuerpo sobre mi piel... como si estuviera bañada en aceites. Mientras ella se deslizaba sobre mi, mis manos acariciaban sus tibias nalgas y mi nariz, aprovechaba sus fragancias... ese particular olor formado por deseo y sudor. hasta que por fin nuestras bocas se acomodaron para beber de cuerpos, gozar del sexo del otro, y compactarse en exquisito vaivén.... los gemidos de ambos, acallaron las olas e hicieron desaparecer el mar. Eramos sólo nosotros, bebiendo de nuestros sexos, temblando como niños, no nos conocíamos, pero sabíamos exactamente que hacer. Cada movimiento, cada caricia, cada beso,caían justo donde tenían que caer. Y luego como si fuéramos velas encendidas, nos fuimos mezclando entre aromas y sabores hasta desaparecer en el vacío.  Juan de Marco

Sometido.

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Sientes como nace entre tus manos, como una artesana modelando barro y contemplas tu obra terminada. Me vuelven loco tus caricias, suaves e intensas, debido al jabón y al agua que cae sobre mi. Quieres tenerme en tu boca, hacerme tuyo. Te arrodillas en la bañera y me posees, tus labios me besan ardorosamente. No puedo pensar en otra cosa que en tu lengua sobre mi sexo. Consigues volverme loco, dirijes mi placer. Te pertenezco. Lo engulles con tus labios, me siento desarmado, a tu antojo, en tus manos y te deseo. Juan de Marco .

Entre Jadeos

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Nuestros rostros quedaron a la misma altura, su boca buscó la mía hasta encontrarla, a la vez, movía sus caderas aferrándose contra mí. Cogió mi cabeza con fuerza pegando su frente a la mía, sentía su aliento en la cara y sus primeros gemidos, cuando comenzó a salir para volver a caer sobre mí, iniciando así un lento masaje, su cuerpo sobre el mío. Nuestra conversación se cortaba con jadeos, ella seguía dejando entrar y salir mi sexo lentamente, disfrutando el momento. Nuestras frentes seguían pegadas, su respiración y sus palabras en mi oído me derretían. El sudor lo mojaba todo, comenzó un juego que aflojaba y presionaba a su antojo. Mi mano recorrió cada milímetro de su rugosa piel, sus senos estaban duros y firmes, lo que facilitaba pequeños mordiscos que hacían que se estremeciese. Un gemido salió de su garganta, aferrándose con sus manos en la silla, se arqueo hacia atrás, haciendo que mi sexo saliera fuera del suyo.... se dejó caer suavemente nuevamente sobre él.  La atraje haci

Clemencia.

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Pedías clemencia enredada entre las colchas, suplicabas que mi boca te dejara, pero aún no era el momento. Erguido busque entre tus piernas hundiéndome hasta cortar el aire en tu garganta. Vino el silencio, tirabas de las sábanas queriendo agarrar la última bocanada , tu boca apretó los labios entre los dientes , y el gemido liberó el último grito que quedaba, tu cuerpo rebotaba sobre el colchón...mis gemidos anunciaron la explosiva saga de orgasmos , hasta caer rendido sobre tu vientre, y sin dejar de refregarte a mis caderas, fuimos cayendo en el abismo , hundidos por la distancia que nuestras mentes creaban en un singular viaje independiente al paraíso. Juan de Marco.