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Mostrando entradas de febrero, 2022

Cotidiano

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"Nada estaba completo hasta que separaba sus piernas, apretando delicadamente con sus muslos mi rostro. Como una flor abierta, posaba su sexo sobre mi boca, mis manos se agarraban firmes a sus nalgas y bebían el más exquisito de los sabores, sin dejar ninguna posibilidad de liberarme...  Era mi esclava, era su esclavo y ambos solíamos hacer el amor cada mañana...." Don Juan de Marco,

Una vez en el Caribe.

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Su piel es hermosa, cristalinamente oscura, donde los sudores tienen un bello brillo natural, y su sexo es tan rojo, como un atardecer de invierno. Su interior, un manantial de fragancias y sabores caribeños, que al parecer, lo encuentras sólo en estas mujeres, que de pequeñas, son alimentadas de dulces guayabas y frutos tropicales.  Sus nalgas, de joven textura, son firmes, pero tan suaves como la textura del mango. Su sexo, inigualable, cubierto de néctar empalagoso, atosigador, agradable y suave al paladar. Sus senos tan erguidos y frutosos, firmes como la lima, que al igual que esta fruta, dejan brotar casquillos llenos de esencia cristalina y fugaz, que se reflejan, como transparentes gotas al apretar y beber de ellos. Así es mabel. Su piel dorada por el sol, sus largas pestañas rizadas negras y su tono a madera en el serpenteante vientre que juega con cada caricia. Calidez en todo su cuerpo, su pasión caribeña, me hace sólo desear poseerla deteniendo el tiempo y cerrar los espaci

Vereda. (relato juevero de Moly)

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Mientras caminaba por el oscuro sendero de una vereda sin tiempo, sin luz, en una vieja caseta de bus, a lo lejos una mujer miraba insistentemente a un árbol que se mecía con el viento. Un aire rodeo cálido mi rostro al acercarme. Dejaba volar mi imaginación mientras le miraba, podía sentir sus manos que firmes me agarraban con fuerza y me encontré en esa caseta abandonada en medio del parque con una desconocida, no tenía escapatoria, pero tampoco tenía intención de marcharme.  Mi imaginación me congelaba en ese lugar mientras la veía con la vista fija en la luna. Me acerqué a ella, comenzó a acariciar sus piernas, mientras las miraba apasionadamente. Ya a su lado y casi sin ver ni sentir, sus manos se acercaron a la hebilla de mi pantalón, me desvistieron despacio, quedándome quieto a sus caprichos. A ambos nos brillaba la mirada. Jugueteó con sus manos, haciendo que me excitase. Entre sus dedos fui cediendo suavemente. Comenzó a saborear mi sexo y siguió deslizando su mano por él,

Cabalga-me.

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  La cabeza entre sus muslos y mi lengua apasionadamente jugando con su vulva, enredándose mi lengua entre sus vellos, intensificaban su excitación demorando el instante en el que alcanzaría su delicado punto de ebullición. Sin dejar lugar a réplica, se giró y comenzó a cabalgarme. Se rozaba enérgicamente, hasta el punto de lastimar mi pubis con el suyo. Nadie me había explicado que el sexo con una mujer, pudiera ser tan doloroso. Pero no me quejaba. Ver cómo perdía el control sobre mí, compensaba aquella molestia y oír sus intensos gemidos mientras alcanzaba el orgasmo, hacía que todo dolor desapareciera, todo era sexualmente más gratificante que muchas otras experiencias, hasta caer rendida a mi lado aún temblando. Juan de Marco

Fusión

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La piel inflamada por los flujos de sangre, hacían de la cópula una unión celestial, más estrecha y satisfactoriamente exquisita. Sus labios sexuales, envolvían mi sexo como prensas de energía que fluían, para hacer de ellas, un ballet de gemidos y murmullos desatados. Alcanzamos el éxtasis entre vaivenes, mientras las carnes se comprimían entre sudores y jadeos... de ahí, el silencio cómplice de los amantes, quienes descansaban con sus cuerpos enredados entre sabanas y empapadas de los aromas propios de dos cuerpos a placer, donde detrás de cada beso impregnaban los sabores del otro, devolviendo en fusión los propios...  Y así el silencio de las calles afuera, fue desapareciendo..mientras los cuerpos aún se contraían buscando calmar un corazón acelerado, para quedar tirados sin emitir sonido alguno. Juan De Marco.

Velas

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Entonces me dejé caer en su lecho, y ella como serpiente se fue enredando en mi, deslizando su ardiente cuerpo sobre mi piel... como si estuviera bañada en aceites. Mientras ella se deslizaba sobre mi, mis manos acariciaban sus tibias nalgas y mi nariz, aprovechaba sus fragancias... ese particular olor formado por deseo y sudor. hasta que por fin nuestras bocas se acomodaron para beber de cuerpos, gozar del sexo del otro, y compactarse en exquisito vaivén.... los gemidos de ambos, acallaron las olas e hicieron desaparecer el mar. Eramos sólo nosotros, bebiendo de nuestros sexos, temblando como niños, no nos conocíamos, pero sabíamos exactamente que hacer. Cada movimiento, cada caricia, cada beso,caían justo donde tenían que caer. Y luego como si fuéramos velas encendidas, nos fuimos mezclando entre aromas y sabores hasta desaparecer en el vacío.  Juan de Marco