Cabalga-me.

 

La cabeza entre sus muslos y mi lengua apasionadamente jugando con su vulva, enredándose mi lengua entre sus vellos, intensificaban su excitación demorando el instante en el que alcanzaría su delicado punto de ebullición.
Sin dejar lugar a réplica, se giró y comenzó a cabalgarme. Se rozaba enérgicamente, hasta el punto de lastimar mi pubis con el suyo. Nadie me había explicado que el sexo con una mujer, pudiera ser tan doloroso. Pero no me quejaba.
Ver cómo perdía el control sobre mí, compensaba aquella molestia y oír sus intensos gemidos mientras alcanzaba el orgasmo, hacía que todo dolor desapareciera, todo era sexualmente más gratificante que muchas otras experiencias, hasta caer rendida a mi lado aún temblando.
Juan de Marco

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