Rendida.
La pondré como una puñalada y abriré hasta la muerte sus piernas temblorosas, morderé sus senos y pezones. Con los ojos cerrados, en sus caracolas, en un espeso río de semen, la inundaré de gracias y amapolas. Me envolverá con sus rodillas, hasta hundirme en sus labios, en su cerco de agujas y le entraré llorando en sus pasiones, entre vellos mojados, mojados, mojados...
La haré rendirse escapándose entre suspiros y gemidos escarlatas, hacia nunca, hacia nada, trepándome en la lenta crápula, agarrándome a sus recuerdos y razones con una sola mano, con un dedo partido agitando su fístula de sal desolada.
El deseo que ahora me cautiva seguirá, como un predestinado. Dócil, mártir, sumisa, condenada al cruel suplicio, viva. Consumiré mi pasión bebiendo la bebida que los dioses usaban para curarse las heridas de las agudas rosas, de mojados pétalos hirvientes; de sus senos, donde nunca un corazón ha latido ... Y quedó rendida su fuerza; sedienta siempre y siempre con ansia, despidiendo leche y manchando el firmamento, dejando allí sus ansias esculpidas en las sábanas como eterno monumento.
Rodrigo Fuster
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En mi jardín el deseo no tiene límites.