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La de las trenzas sueltas.

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La de las trenzas sueltas se sentó a mi lado mientras comía, poniendo su mano en mi rodilla, me miro intensamente con aquellos demoledores ojos castaños, me recline, la bese, ella paso su mano por mi nuca y hundió su lengua dentro de mi boca laceando la mía. En su casa, solos sobre el sofá, semi desnudo. Dejándome llevar, deslice una mano bajo su camiseta y acaricie suavemente uno de sus senos. Sentí como su casquillo crecía endureciéndose entre mis dedos, emergía como el botón de una rosa, suave y delicado, soltando pequeñas gotas transparentes, mi boca se iba perdiendo en su cuello, gemía de placer mientras le recorría humedeciendo su piel.   Ella bajaba su mano hasta alcanzar mi sexo con ansioso temblor dejando que sus dedos lo dibujaran sobre las telas del pantalón. Ardía en deseos de hacer el amor con ella, pero preferí que ella llevara la voz cantante, que fuera ella la que diera el primer paso y así fue. Desprendió los botones de su blusa, dejando libre los delicados seno

El poema

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Deseaba tocarte, tomarte entre mis brazos, y hacerte mi mujer una vez más. Al entrar en el cuarto todo estaba en silencio. Las fragancias de nuestros cuerpos inundaban el aire, almendras e inciensos, se tomaban el espacio. La brisa marina luchaba por apoderarse de todo, pero el olor de nuestras pasiones finalmente le arrebataba su lugar. Todo estaba a media luz, por la ventana sólo algunos rayos sobrevivientes del atardecer se colaban por las cortinas de gasa. Al acercarme a nuestra cama, pude ver como un rayo de sol, todavía acariciaba tu piel, las sabanas dividían tu cuerpo en dos, por un lado tu espalda desnuda, y por el otro, tus nalgas acariciadas por el sol. Una tremenda sensación se apoderó de mi mente, apoyándome en la cama, besé tu espalda desnuda, mientras mi mano se apoderaba de tus nalgas, quitando las manos del sol. No despertabas de tu somnolencia, y tu cuerpo temblaba al roce de mi mano, mientras mis labios se daban un banquete con el sudor que corría por tu piel. T

Al aire del Jardín

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Al  llegar por la noche, fumábamos fuera de la cocina mientras él estaba dentro, detras de la pantalla de su celular.   Intuí que la negra esperaba algo de compostura ante la presencia de su hijo en casa. Me quedé fumando mientras la miraba dentro de la humareda que salía de nuestras bocas, callado. Reí por dentro, después miré su vestido corto y vaporoso que movía el poco aire que se levantaba esa calurosa noche del jardín, como bamboleaban sus pechos, cada vez que reía callada mientras mordía sus labios tras la lasciva mirada. Un dejo de envidia aparcó en mi cabeza a ese aire que se escurría entre sus piernas acariciando sus muslos,  y la imaginé entre las sábanas.  Por el ceño, imaginé las imágenes que se movían dentro de su cabeza , de una imagen que merodeaba en su cabeza de la serie que acabábamos de ver en la televisión, ese hombre que arrojaba al escritorio a la mujer , para hundirse entre sus piernas y clavarla mientras ella apretaba con sus manos la boca para no gritar.

Humedad en su vientre.

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Ella olía a cipreses , a helechos, a humedad... su cuerpo sudaba fresco. Podía sentir su fragancia mustia, como si ,el moho el paisaje se apoderara de ella, cuando me envolvía con sus brazos... Entonces, parecía poseer toda esa fragancia que se siente al sur del mundo, perdido en la patagonia, donde la Lenga y la tierra siempre permanece mojada, donde las maderas se asomagaban descomponiéndose entre las hojas eternas y acumuladas.  Sin embargo, al acariciar su cuerpo, deslizándome por su piel, esa humedad se volvía tibia y fuerte. Ella sudaba deseo, sus piernas me ataban a sus caderas y el olor de sus piernas abiertas, me indicaba la huella que debían dejar mis besos. Su humedad lo mojaba todo, nada obligaba ni pedía, su cuerpo se dejaba amar sin condiciones, entonces apretaba sus muslos y me encadenaba a su sexo. Sus lagrimas de deseo, que aparecían de lo más profundo de la cavidad de su sexo, me encarcelaba entre las sabanas, mientras sus gemidos y jadeos se ahogaban en su ga

Mary de Venus

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...y frente a ella, tan llena de contradicciones y recetas para huir de mi, me acerqué mirándola a los ojos, puse mi dedo para hacerla callar entre sus labios y baje lentamente el dedo por el cuello buscando la profundidad de su escote. Ella trataba de seguirlo con su vista, pero al entrar en su escote, elevo su mirada a las alturas dejándose llevar por el momento... sus defensas estaban quebradas, subí por los tirantes de su vestido, y con un ligero movimiento, deslice la tela por sus hombros hasta ver caer el vestido frente a mis ojos. Sus senos estaban indefensos, y una lagrima de sudor corría desbocada hasta caer por su escote, hasta perderse libremente entre sus senos.  Mi mano no tardo en bajar deslizándose por su piel hasta medir la copa de sus pechos, mientras ella cerraba los ojos para dejar desnudo e indefenso su cuello para que bajara con mis besos. La atraje hacia mi, y tomándola de las caderas, ayudándome con mis dedos que engarzaban su sexo , juntamos el salvaje juego

Esencia de "Seductor".

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El hombre de esta historia podría ser uno de los tantos a los que todos conocemos en su arquetipo de “Don Juan”, pero no, soy Juan De Marco y se lo que quieren y lo que quiero. Favorecido por la madre naturaleza, dotado de una demoníaca pasión, capaz de cautivar con una sola mirada a la más indómita criatura humana. Conocedor de esos poderes , juego con la destreza de un alquimista a enamorar sus almas. Cuanto más se resisten, más las asedio, siempre con respeto, pero con un dejo de perversión… Esas, que se muestran ingenuas y tiernas, como el capullo de una flor a punto de abrirse al suspiro del sol…, esas me despiertan mi más profundo instinto de cazador, su lascivia y el ardiente deseo de poseerlas mucho antes que alguien pudiera posar sobre ellas la mirada. Sin abandonar mi seductora sonrisa que no conoce las barreras, asumo un rol de truhan y recibo con agrado los honores de sentirme el mejor. No desconozco las reglas que se necesitan para construir una leyenda , sólo r

La mañana del Hostal.

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Empecé a andar por los pasillos de la vieja hostería, las antiguas baldosas de la terraza roja y blanca, reflejaban el sol de oriente que rebotaba sobre ellas, desgastadas, recuperaban el brillo a esa hora de la mañana.  Al pasar cerca de la cocina, la chica del aseo recogía las toallas del tendedero para cambiar las de las habitaciones antes del aseo, como todos los días; Al empinarse para alcanzarlas, su delantal se levantaba hasta mostrar los relucientes muslos torneados, como si fueran lustrosas columnas de mármol, hasta la curvatura de las nalgas con delicadas lineas marcadas por las estrías.  La miré lujurioso y descaradamente, mientras ella se empinaba  aún más, para dejarme ver la linea de su ropa interior que las apretaban haciéndolas aún más deseables. Entendió mi mirada porque no me había alejado ni 15 pasos, cuando de reojo, le vi que venía tras de mí.  Mi dormitorio estaba en el segundo piso, me detuve, pero ella esquivando el inminente diálogo, se apuro para alc