Humedad en su vientre.

Ella olía a cipreses , a helechos, a humedad... su cuerpo sudaba fresco. Podía sentir su fragancia mustia, como si ,el moho el paisaje se apoderara de ella, cuando me envolvía con sus brazos... Entonces, parecía poseer toda esa fragancia que se siente al sur del mundo, perdido en la patagonia, donde la Lenga y la tierra siempre permanece mojada, donde las maderas se asomagaban descomponiéndose entre las hojas eternas y acumuladas. 
Sin embargo, al acariciar su cuerpo, deslizándome por su piel, esa humedad se volvía tibia y fuerte. Ella sudaba deseo, sus piernas me ataban a sus caderas y el olor de sus piernas abiertas, me indicaba la huella que debían dejar mis besos. Su humedad lo mojaba todo, nada obligaba ni pedía, su cuerpo se dejaba amar sin condiciones, entonces apretaba sus muslos y me encadenaba a su sexo. Sus lagrimas de deseo, que aparecían de lo más profundo de la cavidad de su sexo, me encarcelaba entre las sabanas, mientras sus gemidos y jadeos se ahogaban en su garganta, como gime el viento frío del sur cuando se acerca el verano... 
En su cuarto colgaban los cueros recién curtidos que ahogaban la humedad que salía de su piel. cada vez que embestía, entre sus piernas aumentaba el calor en la pequeña habitación, donde los viejos maderos de verde Coigüe crujían, actuando como cómplices, escondiendo sus gemidos después de cada orgasmo... entonces y sólo entonces... ella me volteaba dejándome caer, para luego, montándose sobre mis caderas y en ritmo cadencioso, buscaba el mio empujando con sus caderas y resoplando suavemente, esperando los temblores de mi cuerpo que anunciaban, que el amante pasajero, entraba en el delirante camino a su propio orgasmo, deshaciéndome entre sus piernas, jadeando cada tres o cuatro balanceos y empujando  sus caderas hacia mi... 
El salvaje ritmo aumentaba junto con el ritmo hilarante de sus caderas, la que le habían deseado,
desde el otro lado de la barra, mientras sus labios se apretaban, los hielos se golpeaban entre si:,Esa mujer cabizbaja y sombría, la que  me miraba con ojos lujuriosos, mientras sus labios se humedecían a cada sorbo del fuerte brebaje, me calentaba por dentro. En ese momento fue cuando decidí que esa noche no dormiría solo. 
De pronto sentí que volvía entre las sabanas revueltas y los jadeos de aquella salvaje, que me había encontrado momentos antes entre las sombras del bar, al otro lado de la barra, y que descaradamente me había insinuado escaparse a tener sexo . Entonces al sentirla que se venía  y explotaba, me dejó llevar elevando sus gemidos y dejándome abusar . Luego, llegaría la flojedad tibia entre la aspereza de la manta y una espalda muda que me dejaba vestirme y que me fuera cuando quisiera.
Al día siguiente sólo guardaba un escaso recuerdo de su rostro en la cálida pieza de mi hostal , pero su olor estaba impregnado en mi, en mi cuerpo, en mi piel y una extraña sensación me tranquilizaba, aunque no sabia como había llegado .ahí, y sólo escuchaba la algarabía de las Bandurrias, Tiuques y Halcones que me llenaban un amanecer diferente.

Juan de Marco, perdido en la patagonia.

Comentarios

  1. Gracias por tu visita , veo que tienes un bonito blog donde las aventuras e historias son para leerlas con detenimiento .Un buen y feliz día.

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En mi jardín el deseo no tiene límites.

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