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El noveno mandamiento.

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Entró, echó el pestillo compulsivamente tirándose en la cama, y sin dejar de jadear, abrió sus piernas tirando de la ropa interior, para liberar su sexo que goteaba en deseo... yo estaba ahí para verla, en silencio. Sus dedos se  deslizaron por su vientre buscando entre los labios hinchados la campanilla trémula, que se disparaba desnuda, ya alcanzada por sus dedos.  Apago la luz, se metió en la cama y se arropo bajo las mantas.  Respiro hondo, cerrando los ojos y la fantasía de un cuerpo se deslizó sobre ella. La boca la besa, los dientes la muerden, las manos la acarician guiada por las suyas, por encima de su piel; Una acaricia los senos endurecidos por la excitación, la otra bucea por debajo de las bragas, entre sus piernas que se humedecen, y se abren.  Sus dedos juegan con el vello ensortijado, separan los labios, pulsando el botón de la flor que se inflama rojo rubí, penetrando en su interior cálido que palpita, que los acoge, mientras se mueven despacio, demorándose en cada pli

Obscena y lasciva.

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La deseo, su cuerpo ambrosía vacía, la noche se hizo larga, follamos hasta el amanecer. Su olor esta en mi nariz, mi boca es el recipiente donde vuelca toda el deseo acumulada dentro... Sabe a sexo, a fuego, a cenizas... Nuestros zumos revueltos con el sabor del otro. Ahora es agua, caudal de vertiente que lava todo. Sus manos tiemblan, mientras mis rodillas me obligan a caer a sus pies, su boca, mi condena. Nuestra piel se eriza sólo rozarnos en la estrecho caldero del deseo, entrando y saliendo, temíamos contagiarnos en un infierno. Bastaba un roce y se nos detenía el corazón, pero nuestras manos no podían dejar de tocarse, un espacio de piel entre ambos cuerpos calcinándose por dentro. Excitados, deseando desnudarnos y follar hasta que se evaporaran nuestras vidas y ardiéramos como dos fénix, despertando de las esquivas cenizas.. La lujuria se apoderó de nuestra piel. jugué con ella mientras sus ojos fijos me observaban. Lasciva era su mirada, obscena su boca, saliva escapando entre

Eva

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“Algunas personas quieren que algo ocurra, otras sueñan con qué pasará, otras hacen que suceda.” Michel Jordan. Desnuda, ausente, sumergida en sus recuerdos, su vientre se recogía ante la insistencia infinita de su mano, sometida al orgasmo. Era muy fácil adivinar por donde corría la historia que dibujaba entre sus vellos encrespados que adornaban el dorado pubis abierto a sus pensamientos.  Al sentir como Eva se derramaba entre gemidos apretados, al ver brotar el oro liquido de su interior, no pude detener mis instintos, y sin que ella notara mi presencia, me clave entre sus muslos, bebiendo todo lo que de ella salía, gozando cada instante de su interminable agonía, la que explotaba ante mis arremetidas mis labios no dejaron escapara ni una gota de vida y ahí, tendida, no dejaba de agradecer mi instinto salvaje que terminaba por saciar hasta su más intimo y escondido deseo. Rodrigo Fuster

El Tranvía. (Para artesanos de la palabra)

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"A una mujer le interesa saber despertar el deseo del hombre, pero la horroriza, que se conozca esta capacidad suya."                              El oficio de vivir. (1952) Cesare Pavese. Hoy se cruzó una de estas damas en mi camino, mayor, tan mayor como seductora.Las delgadas telas de su vestido me animaron como en esos tiempos. Al subir al tranvía, la vi en el vagón. Tan señora y compuesta como su figura. Me acerqué para mirarla de cerca, su delgada blusa oscura delataba la piel desnuda al otro lado de las costuras. Mis ojos en el escote de su vestido, sus senos y esos pezones que acusaban su excitación por la mirada, me animaron a explorar esta teoría. A cada frenada del carro, sus senos temblaban, pero no perdían su hidalga y exquisita figura. Era tan embriagadora esa imagen, que no tardé en caer en trance. Su cuerpo se fue acercando al mío produciendo sudores en mis manos, hasta que estuvo a mi alcance.  Dejé que estas cayeran hacia abajo quedando cerca de sus nalgas 

Éxtasis ( Semana con Sindel).

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El sudor lo mojaba todo, comenzó un juego que aflojaba y presionaba su deseo a mi antojo. Mi mano recorrió cada milímetro de su rugosa piel entre jugos emergentes del profundo hueco nacarado. Sus senos estaban duros, sus pezones emergían como grandes aceitunas de olivante color , lo que facilitaba pequeños mordiscos que hacían que se estremeciese. Bajé para devorarla desde sus entrañas, un gemido salió crujiendo de su garganta, aferrándose con sus manos a mi cabeza, que buscaba arrancarle el sabor del fruto partido y mojado frente a mis ojos. Abrió sus piernas a horcajadas dejándose devorar posando su febril sexo sobre mi boca, se arqueo hacia atrás, soltando su cabeza al vacío, haciendo que la lengua entrará salvaje en ella, mientras yo la sujetaba de las nalgas para que no cayera, hasta derramarse, llenando de sabores y fragancias mis sentidos. . Rodrigo Fúster

Cotidiano

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"Nada estaba completo hasta que separaba sus piernas, apretando delicadamente con sus muslos mi rostro. Como una flor abierta, posaba su sexo sobre mi boca, mis manos se agarraban firmes a sus nalgas y bebían el más exquisito de los sabores, sin dejar ninguna posibilidad de liberarme...  Era mi esclava, era su esclavo y ambos solíamos hacer el amor cada mañana...." Don Juan de Marco,

Una vez en el Caribe.

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Su piel es hermosa, cristalinamente oscura, donde los sudores tienen un bello brillo natural, y su sexo es tan rojo, como un atardecer de invierno. Su interior, un manantial de fragancias y sabores caribeños, que al parecer, lo encuentras sólo en estas mujeres, que de pequeñas, son alimentadas de dulces guayabas y frutos tropicales.  Sus nalgas, de joven textura, son firmes, pero tan suaves como la textura del mango. Su sexo, inigualable, cubierto de néctar empalagoso, atosigador, agradable y suave al paladar. Sus senos tan erguidos y frutosos, firmes como la lima, que al igual que esta fruta, dejan brotar casquillos llenos de esencia cristalina y fugaz, que se reflejan, como transparentes gotas al apretar y beber de ellos. Así es mabel. Su piel dorada por el sol, sus largas pestañas rizadas negras y su tono a madera en el serpenteante vientre que juega con cada caricia. Calidez en todo su cuerpo, su pasión caribeña, me hace sólo desear poseerla deteniendo el tiempo y cerrar los espaci