El noveno mandamiento.

Entró, echó el pestillo compulsivamente tirándose en la cama, y sin dejar de jadear, abrió sus piernas tirando de la ropa interior, para liberar su sexo que goteaba en deseo... yo estaba ahí para verla, en silencio.
Sus dedos se  deslizaron por su vientre buscando entre los labios hinchados la campanilla trémula, que se disparaba desnuda, ya alcanzada por sus dedos. 
Apago la luz, se metió en la cama y se arropo bajo las mantas. 
Respiro hondo, cerrando los ojos y la fantasía de un cuerpo se deslizó sobre ella. La boca la besa, los dientes la muerden, las manos la acarician guiada por las suyas, por encima de su piel; Una acaricia los senos endurecidos por la excitación, la otra bucea por debajo de las bragas, entre sus piernas que se humedecen, y se abren. 
Sus dedos juegan con el vello ensortijado, separan los labios, pulsando el botón de la flor que se inflama rojo rubí, penetrando en su interior cálido que palpita, que los acoge, mientras se mueven despacio, demorándose en cada pliegue y luego se aceleran, hasta que el placer la invade cortando el aire de su garganta, el cuerpo convulsiona. Los dientes muerden su labio inferior ahogando un gemido. El fruto de su pecado se convierte en pulpa y agua, en jugo cálido; brota de su sexo humedeciendo sus dedos, su vello púbico, sus muslos. Un  caudal fuera de control quebra sus caderas, empapando su ombligo, cercenando su deseo, cayendo al abismo oscuro de su imaginación ya  agonizante.
Sin posible defensa, condenada por el noveno mandamiento, que enraizado en su cerebro, se extiende por sus venas invadiéndolo todo. Ni la asusta la amenaza de las llamas eternas, ni el estigma de Eva, que la condena como a todas, a ser un recipiente, cuya única función es albergar una semilla y luego parir su fruto con dolor.
Sus ojos se cierran de a poco, los pesados parpados nublan su vista, su vientre tiembla aun en estertores. Sus dedos mojados, aun están en su interior bañados por la miel que ha derramado. Gime, procurando que nadie la escuche, mientras yo la observo mudo sentado en el sofa... Mi erección, espera su momento... estoy desnudo mientras aplaudo su locura.

Rodrigo Fuster.

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