El Tranvía.



"A una mujer le interesa saber despertar el deseo del hombre, pero la horroriza, que se conozca esta capacidad suya."
                             El oficio de vivir. (1952) Cesare Pavese.

Hoy se cruzó una de estas damas en mi camino, mayor, tan mayor como seductora.Las delgadas telas de su vestido me animaron como en esos tiempos.
Al subir al tranvía, la vi en el vagón. Tan señora y compuesta como su figura. Me acerqué para mirarla de cerca, su delgada blusa oscura delataba la piel desnuda al otro lado de las costuras. Mis ojos en el escote de su vestido, sus senos y esos pezones que acusaban su excitación por la mirada, me animaron a explorar esta teoría. A cada frenada del carro, sus senos temblaban, pero no perdían su hidalga y exquisita figura. Era tan embriagadora esa imagen, que no tardé en caer en trance.
Su cuerpo se fue acercando al mío produciendo sudores en mis manos, hasta que estuvo a mi alcance. 
Dejé que estas cayeran hacia abajo quedando cerca de sus nalgas y se posaran delicadamente sobre sus carnes duras pero suaves al roce de la seda. Pude sentir como su piel se acomodaba a la forma de mis inquietos dedos. Posados sobre el delgado vestido, recorrí sus voluptuosas formas,  sin apartarme, dejó sus glúteos descansar en ellos. 
Sentí como se abría entre mis dedos, nada nos separaba. 
Desnudos bajo el oscuro vestido, se dejaron acariciar, hasta que una detención brusca del  carro, dejó que estas se apretaran contra mi sexo,  haciéndolo emerger. Sentí el roce de su carne sobre mi sexo envuelto deliciosamente,  también desnudo tras las telas. Este temblaba al sentir el calor de su piel. Nada demoró en tomar un curioso vaivén friccionado por la piel de ella, mientras mis manos distraídas iban levantando sus faldas en el congestionado carro del tranvía. Su perfume me envolvía hipnotizando mi mente, que se dejaba llevar por los acontecimientos.
Mis manos se deslizaron por su liguero rozando suavemente su piel, recorriendo sus caderas. Alcancé sus senos, para envolverlos con mis manos. Ella se aferró a mí, y sin inmutarse, llevó sus manos hasta alcanzar mi sexo, y bajando la cremallera, se introdujeron, para con ligeros apretones y caricias , hacerlo explotar en sus manos. 
Después del intenso momento, bajé del tranvía, mientras ella, no me perdía mirada.
El tranvía se alejó golpeando los rieles, mientras que los duros adoquines enfriaban todo aquello que sentía.

Rodrigo Fúster.

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En mi jardín el deseo no tiene límites.

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