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Ia, la niña de mis ojos.

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-Entra esta abierto- dije sin titubear. Ella entró en la habitación con una bata y un exquisito atuendo de lencería de seda negra calado y bordado por los encajes que desearía a imagen y semejanza de lo que imaginaba, su cabello negro enmarañado y de tintes cobrizos, suelto, cayendo sobre sus hombros.  -¿Cómo te llamas? - pregunté - Ia...- respondió ella con sensualidad. La profundidad de su mirada calaba hondo desnudando todo lo que había imaginado. Sus ojos brillaban con un deseo exquisito al que no pude resistir. Sus senos eran hermosos, con el tamaño justo, de textura y caída perfecta, coronada por el color de sus casquillos erectos de un sabor inigualables. Sus nalgas de curvatura exquisita, de  una calidez y trama inimaginable, del volumen que sólo mis dedos podrían haber esculpido. Su vientre era suave y ondulado, maravillosamente  imaginado, y con movimientos sabrosamente originales e irrepetibles, su ombligo la octava maravilla.  Me acerqué a ella, dejando que mis manos rozara

Soñando a María...

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Esta noche tibia de primavera, donde los grillos anuncian la nueva vida, el ritual de apareamiento, la dulce temperatura de la noche, la imagino versando poemas eróticos, llenos de sensualidad. Me imagino hecho polvo entre sus cajones donde guarda su lencería llena seda y rasos; hilos infinitos que encajan finamente entre encajes, oliendo a su perfume; un perfume cálido y encendido que va humedeciendo el maravilloso punto de deseos. Dejo un día soñando a María. Sus sueños son inquietos imaginando mi cuerpo, mi figura escondida tras estas letras. Un pensamiento erótico de sus caderas danzando sutilmente entre sus encajes. Sus caderas de barquillo quebrándose delicadamente entre mis dedos. Sus gemidos mudos escondidos entre sus labios, sus eternos jadeos mágicos llenos de sensualidad. Sus redondos senos empujando las barbillas de su sostén. Esta noche viste de azul petróleo bajo la intimidad. Sus casquillos brotan entre los encajes empujando un deseo, y una gota de sudor rueda desde sus

Un verano de fotografía

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Como si se tratara de una migración de tortugas marinas, la vi nadando desde abajo, mientras se alejaba siguiendo la corriente... Su cuerpo desnudo era magia y reflejos del agua; Su sexo libre sembrando oscuridad, y sus senos, sus senos libres cual globos, flameaban uno al lado del otro, endureciendo sus casquillos como puntas de lanza; ondeaban libres en choque juguetón hundiendo y floreciendo cual magia brujera, ondulaban y agitaban , enarbolando su belleza perfecta. Sus nalgas movían ligeras olas alrededor de sus caderas, asomaban cada dos a tres, y sus carnes parecían lienzos de seda, suaves y blancos, enaltecidos por el turquesa de las aguas. Emergió para tomar un descanso sentada en las rocas que rodeaban el arrecife, donde los corales dibujaban el brillo de su vulva por los brillantes reflejos del sol. Emergí tras de ella, para asomar mi cabeza y hablarle... -Quien eres???, porque me sigues??- respondió asustada. -Neptuno el rey de los mares y dueño de estas aguas respondí, veng

Bebida...

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-No te apures... bésame.. besa mi vientre, recorre mi cintura..- Abrió su blusa dejando caer sus senos, como flotando en el espacio, como dos mágicas lunas... bese su piel suavemente, pasaba mi lengua por su ombligo, sintiendo como su cuerpo se arqueaba, por ahí debía seguir. Me movía entre su vientre y sus senos, mientras mis manos la recorrían con suavidad, mi lengua entraba y salía del hueco que a ella le hacía temblar y gemir suavemente, Su corazón se aceleraba y las uñas rasgaban en mi espalda. Abajo, las telas diminutas de su lencería mostraban una delicada humedad; Entonces sus manos acomodaron mi cabeza con ternura, dirigiendo mis besos hasta manantial que surgía imperceptible, acomodó su muslos para dejar entrar mi boca en ella. Me sumergí en su sexo buscando todo su intenso sabor. Empujaba con sus caderas hacia mis labios y se dejaba morder suavemente sobre la tela . Danzaba al ritmo que le daba mi boca, que aún se mantenían lejos del objetivo con esa piel húmeda que pront

Humedales.

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Ese día no se haría aseo en la casa, ni comida, ese día no se haría nada. El niño de la casa estaba enfermo y con fiebre y sería la prioridad. Llegó temprano y mis padres se fueron al trabajo. Poco después vendría ella a tomar la fiebre del niño que a ese momento marcaba 38°. Puso el termómetro entre las juveniles nalgas, y mientras esperaba, una mano entró por debajo de su falda, al sentir la tibieza y el juego de esos dedos, apretó inconscientemente sus piernas mientras temblaba. Entregada al juego bajo su rostro para besar y acariciar  delicadamente las turgentes nalgas, murmurando casi silente, lo mucho que le gustaban.  De los cuidados, fue de la curiosidad al deseo. Después de besar delicadamente mi espalda subiendo hasta mi cuello, se acercó a mi oído sugiriendo lo que deseaba; voltee para complacerla y sin yo hacer nada, envolvió con sus suaves dedos el tronco que allí se levantaba.  - mi niño ya es un hombre, y que suavidad y delicadeza hay en tus dedos.- Acercó su boca a la m

Junco.

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Forniquemos a más no poder, hasta que nuestras vidas se agoten de tanto placer; complaciendo los caprichos y sentires de la carne, en ese baile infinito de ser en la plenitud… Déjate llevar tu también, protégete del otoño; El deseo no tiene piedad, ni límites. ¿Hay mejor perfume que ese cuando dos cuerpos se seducen así? Dulce y exquisito aroma emana; dos cuerpos que destilan deseo.  Imposible saciarse, cuando siempre se quiere más. No eres la única que nunca está saciada del todo... Un beso nunca es suficiente.... anda dámelo, yo te dejo uno de esos de sabores ricos... No no, no se puede, serías un pecado. Que te coma, que te sacie, que te harte de placer, como el junco que se dobla por el agua . Rodrigo Fuster

Sin siquiera tocarle.

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Desde un rincón sin alma, desnuda al tacto mojada desde la luz.... Sus dedos danzan al compas de su mirada... A la oculta morada, donde fluye el agua  que sus dedos dibujaran imaginándole. Al oculto deseo del roce de sus dedos ,  mientras los de ella bailan por él. Separa sus muslos suspirándole el aliento que escapa por su boca sin siquiera tocarle. Rodrigo Fuster