Perlas y aureolas.

Sobre mi cuerpo, a horcajadas, se podían ver sus senos tempestuosos y la caída hasta sus caderas. Ante mis ojos, desnudando su piel, su corsé, se habría tira a tira cuando sus dedos desenredaban el complicado laberinto de sujetadores, que con gran esfuerzo lograban contener los abultados senos. Las aureolas de sus pezones y sus  perlas de carne, se dejaban ver adornadas por encajes, que al soltarlo, dejó rebotando sus senos por un instante llenando un gran vacío. Los posó delicadamente sobre mis labios ofreciendo su néctar, semitransparente y blanquecino, dos gotas asomaban sobre sus puntas como perlas, los que fueron succionados por mi sedienta boca. Sus pezones eran duros como copas de mármol, oscuros y enrojecidos. Las gotas brillaban contra la luz tenue del cuarto. Bebí de ellos succionando gota tras gota, hasta liberar finos chorros que se disparaban sin dirección mojando mi cara. Tomando mi cabeza, me deslizó por su vientre, donde la suavidad de su piel acariciaba mis mejillas, que se iban humedeciendo entre el sudor y su deseo. Mis labios temblaban, hasta quedar entre sus piernas. Quise ir a su sexo, pero ella hábilmente me llevó entre sus muslos que deseaban ser besados antes que llegara ahí.
- aprende lo que deseamos las mujeres.- Me desconcertaba, pero a la vez me fascinaba su forma de dirigir.
Su piel brillante por el sudor, me agitaba. Disfrutaba cada uno de los surco, que afloraban

Don Juan De Marco, Perlas de carne.

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