Pilar y los visillos azules de Juan...

En esos días de pandemia y encierro que vivimos alguna vez, se me ha venido a la memoria la siguiente historia que les voy a contar.
En esos pueblos del sur, donde la cal cubre los muros, de calles estrechas y poca distancia entre las casas, detrás de los visillos azules, vivía yo. Dieciséis años entonces,  me lo pasaba encerrado entre los muros fisgoneando y buscando siempre tranquilizar las hormonas.
Los visillos permanecían cerrados para esconder mi maldad. Día a día me asomaba al sentir el ruido que hacían los colgaderos  entre las casas, en esos donde las mujeres colgaban sus ropas para que se secaran al sol.
Ellas cantaban y despertaban los mullidos sueños de los mozuelos que, en esa batalla hormonal, se perdían azotando sus cabezas contra las almohadas. Sus cuerpos eran sensuales y generosos en su forma, acogedoras para el amor.
Pilar, era uno de esos cuerpos. Y cada vez que asomaba por la ventana, yo , tras los visillos azules, la observaba. Solía vestir en enaguas llenas de encaje, sedosas y a veces , transparentes mostrando parte de sus bondades, pero escondiendo lo esencial. Era el abismo sin retorno.
Ese día, vestía una de blanco invierno, no habían encajes, y su silueta se dejaba ver en todas sus formas tras las telas. El sol caía en su ventana iluminando sus acogedoras caderas, su vientre de hembra y sus generosos senos escondidos, pero dibujados en detalle por los delicados hilos que la construían. Abajo , nada , como todos los días. Cantaba algo así como una zaeta . Su voz era suave, pero parecía anunciar que se asomaría a la ventana. De alguna manera, ella me imaginaba al otro lado de los visillos observándola, o eso quería creer. Yo siempre estaba ahí cuando se acercaba. Dos o tres metros separaban nuestras ventanas. 
La vi apoyar sus senos en el marco de la ventana, para tirar de la cuerda. Al apoyarse se escapaban dibujando las aureolas rosadas de sus pezones, que sólo los casquillos le sujetaban en las costuras  del escote, sin dejarlos ver completamente.
La maldita erección emergía sin control, y las telas del pijama que llevaba puesto, acompañaban con delicada caricia el movimiento natural, rozando y provocando temblores en mi cuerpo.
 Ella sabía que le miraba, y presionaba sus senos aún más en la tirada del cordón, dejando escapar casi el seno  entero ante mis ojos, provocaba en cada esfuerzo una mayor erección. Miraba de reojo, sabía que estaba ahí mirándola y mordía sus labios, completando el cuadro. Me excitaba, provocando una ira agradable en mi cabeza por no poderla tocar.
Pero ese día, decidió ir aún más lejos. Luego de recoger la ropa tendida, acercó el sofá de terciopelo rojo a la ventana. Se sentó mirando a la mía,  liberó sus senos soltando los tirantes del escote, mostrando sin pudor, hasta sus erectos pezones. Abrió ligeramente las piernas y cubriendo con su mano el sexo más carnoso que podría imaginar, se preparó para mostrarme lo que podía hacer una mujer frente a mis ojos.
Sus dedos se movían delicadamente presionando entre sus piernas, y se hundían para desaparecer entre sus carnes, bailaban a un delicado ritmo sobre su piel. Emergían una y otra vez brillando húmedos a la caída del sol. Su ojos se cerraban y abrían en cada movimiento mirando a mi ventana. Sus labios se mordían y dibujaban en su boca. Los volvía a cerrar, mientras mis manos liberaban mi sexo erecto atrapado por el pantalón del pijama.
Podía imaginar que mis dedos la alcanzaban. Su rostro iba pincelando cada movimiento con rubor, la lujuria se abría ante mis ojos , mientras tiraba de mi sexo para sentirla en mi piel. 
Su cuerpo jadeaba sometida al movimiento de sus dedos, a la profundidad que alcanzaban cada vez que presionaba, y se hundían en su intimo deseo de mostrar. Respiraba con dificultad, pero se hundía en el abismo de sus placeres, en la extraña sensación que la bañaba imaginando como yo la observaba escondido tras los visillos.
Entonces abrí las ventanas para mostrarme desnudo frente a ella , que al sentir el golpe de ellos sobre muro, abrió los ojos para gemir mirándome fijamente, mientras sus piernas se apretaban para sostener el aire que necesitaba antes de estallar. Todo se detuvo en el espacio entre ella y yo. Su vientre se inflaba y contraía jadeando y murmurando lo que se iba a venir, mientras sus dedos volvían a bailar entre sus carnes a un ritmo salvaje y sin control. La vi abrir sus piernas de par en par, mostrándome lo que sus dedos provocaban embistiendo todos los rincones que podían alcanzar. Entonces sentí que mi cabeza estallaba gritando a su ventana que terminara de una vez. Ella  al otro lado de la calle, dejó escapar un gutural sonido, mientras se derramaba en el terciopelo rojo del sofá, golpeando su cuerpo contra el respaldo que no lograba contenerla en su lugar, cayendo brutalmente al suelo , mientras su cuerpo no dejaba de temblar y resoplar entre las tablas de la habitación, sofocando el aire que escapaba por su boca, mientras yo mojaba todo a mi alrededor.
Cuando logré abrir los ojos y volver en mi, los visillos de su ventana se cerraban escondiendo sus ahogados gemidos que se perdía en el espacio de la habitación.
Sabía que me miraba, y la dejé por un rato observar antes de cerrar los míos.

Juan de Marco , frente a su ventana.     

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En mi jardín el deseo no tiene límites.

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