El Purgatorio de Madamme.

"fuego genital transformado en delicia"... Así lo describiría un poeta.

Ella no piensa que los propios encantos sexuales irán disminuyendo con la edad, o con el aburrimiento erótico, y que mi lujuria,  permanecerá.
Me habló temprano para preguntarme a que hora tenía que venir, y le dije exactamente a las 3 de la tarde ni un minuto después. Mis indicaciones habían sido muy claras para mi madamme, tenía que presentarse con una falda vaporosa, liviana y sin bragas ni sostén. Aunque tenia los senos muy grandes para no llevarlos puesto y zapatos de taco alto.
Se había levantado temprano, nerviosa y a la vez excitada por lo que iba a ocurrir aquel día… Hacia mucho frío esa tarde y su entrepierna se estaba congelando, cuando llegó,  le hice sacarse toda la ropa a pesar del frío y le tapé los ojos con una venda negra, la llevé a mi  cuarto y le até las extremidades a los pies de la cama matrimonial.
 Al acercar mi mano estaba frío el palacio, húmedo,  pero no caldeado como me gustaba, pero atada, quedaba accesible,  abierta. Le introduje  un dedo para sentir si estaba excitada y lo saque seco, eso le gustaba, gemía tímida y perversa.
Fui  a buscar del congelador la cubitera, saqué dos hielos y los llevé al cuarto,  se los acerqué a su sexo para que sintiera el frío.  Jugué con eso por un rato, estaba desesperada, además, pellizcaba los pezones... quería verla suplicar, cosa que no tardo en hacer,  lloraba y pedía piedad. Yo parecía no escucharla y seguía su tortura. Cuando los cubitos se hubieron derretido, la dejé tendida  en la cama,, siempre atada con la ventana abierta. 
-Guarda silencio, no dejes que vea tu excitación.
Era su infierno, su demonio y la tenía a las puertas del purgatorio.
Sentado en el sofá oscuro de la habitación, la observaba desnuda y abierta, mientras su cuerpo temblaba, no sé, si de frío o excitación.
Si bien hizo lo posible por obedecer, se le escapo una gota entre las piernas, ella gemía, no podía creer lo que le estaba sucediendo…Me quité la ropa y quedé desnudo ante ella, me miraba bajo la tela que cubría sus ojos, despacio, como saboreando cada rincón y trazo de piel. 
Yo sentía cada vez más húmedo el palacio de cristal. Su vulva se inflamaba, y los pezones erectos completaban la infernal visión del deseo. Estaba tan excitado mirándola, y sabiéndola vulnerable a  merced, además del bulto tremendo que escondía entre mis manos,  que casi podía saborearla. Entonces me acerqué, y dejé que mis dedos le recorrieran su cuerpo mientras ella jadeaba en silencio.
El purgatorio, recordé y me detuve justo antes de tocar su caldeada humanidad. Detuve  mis dedos golpeando justo bajo el monte de venus, donde podía observar su gota correr perdiéndose entre sus muslos.
Sus manos luchaban por liberarse, sus piernas sacudían el cordón de algodón, pero era imposible liberarse. A horcajadas abrí mis piernas sobre su rostro, y la dejé sentir la fragancia del deseo que despertaba en mí, aunque quiso alcanzarla con su boca logré esquivarla y le ordene sólo sentirla palpitar. Gritaba, pero nadie la escucharía en la habitación, escupía palabrotas arrojando su aliento tibio sobre mis carnes, erecta y pulsando en su nariz. La primera gota que escapo de mi excitación , fue a dar justo en su boca, límpida, transparente y delicada. Dejó de gritar para murmurarme el gusto que tenía, y suplicar.

Mis dedos bajaron hurgueteando entre sus carnes abiertas, acariciando con delicadeza cada pliegue, cada rincón, hasta perderse sin volver, mojados y alborotados.
Era tanta su desesperación, que soltó lluvias doradas al acto de mis dedos, balbuceando palabras que ahogué, introduciendo mi sexo en su boca, hasta acallarla como el pezón en la boca de un niño hambriento. 
Sin dejar de empujar, la dejé hacer sobre mis carnes hasta derramarme en ella. Caí apoyado a la pared y jadie hasta empañarla con el vaho que salía de mi boca..
No dejaba de jadear y suplicar hasta soltar sus ataduras. Me dejé caer en el sofá y le ordené que se retirara y volviera mañana a la misma hora. Cuando terminaba de vestirse, golpee sus nalgas en agradecimiento a su obediencia y le pedí que cerrara las ventanas al salir.

Juan De Marco.  


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