Dos perfectos desconocidos.

Entramos en la habitación, era la primera vez que estábamos juntos, sin miedo ni pudor alguno, ella se arrodilló y colocó mi miembro en su boca, admito que nunca había conocido a una mujer que fuera capaz de tragarlo todo, yo solo podía guiar el ritmo de su cabeza tirando de sus cabellos.
La tomé por el cuello apretándola suavemente contra la cama,  diciéndole que se desnudara, mientras jadeaba suavemente ahogada por mi sexo.
Terminó de desnudarse, fue ahí que me acerque a ella, abrí sus piernas con mi rodilla procurando que esta rozara su sexo. Me incliné para besarla, y humedecer sus pliegues rozados humedecidos por su excitación. Desabrocho mi polar y poco a poco comencé a besar desde su cuello hasta sus pezones, en el recorrido, jugaba con su excitación, dando pequeños mordiscos alrededor de sus senos, mientras que con mis dedos jugaba en su entrepierna abierta por el deseo. Introducía mis dedos en ella, sintiendo como mi mano se empapaba dentro.
Quebrando por sus caderas, mientras me empapaba de su fragancia y sabor, la tomé por sus nalgas y la cargué, mientras ella abría las piernas para abrazarse a mis caderas. La besé, tomé uno de sus senos disfrutando de la suavidad de su entumecida piel. Guíe la verga, para comenzar a entrar en ella y me perdí en el desliz que me brindaba su humedad. Subí sus piernas  para entrar el ella  cada vez más rápido, Carolina solo podía pedir que no me detuviera pues estaba terminando.
Fue ahí cuando retiré mi miembro y volteé su cuerpo para ponerla boca abajo. La penetré en una sola embestida, hasta provocar el tan deseado orgasmo... La tomé por sus cabellos y comencé a venirme dentro de ella, mientras solo escuchaba como rogaba porque me vaciara dentro.
Solté su cabeza y me recosté sobre la cama, mientras tomando su cuello la guíe hasta mi pene, para que lo disfrutara con nuestros sabores y aromas sin prisa y suavemente.
Terminó su tarea para recostarse sobre mi pecho. Sabíamos que solo era el inicio de tres días de desenfreno en las doradas arenas del Tabo  donde nos abrazaba el mar, siendo aún completos   desconocidos, y que nuestro juego, solo había empezado. 

Juan de Marco.

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