Un deseo de verano. (relato Juevero)

Ese verano algo había en sus ojos, sus palabras resultaban huecas a mis oídos. Había crecido cerca de ella, siempre sus caricias eran amorosas , y sus palabras, las que se le dicen a un niño. 
Cuántos veranos habíamos pasado juntos, y año a año se repetía la historia. La deseaba, y mi sexo siempre reaccionaba al verla de frente en forma inevitable. Ese día habíamos llegado tarde, ella ya estaba acostada, y fue la única caricia que quería recibir. Miré hacia su ventana, y no pude dejar de sentir unas cosquillas bajo las telas. Podía sentir su desnudez, sus senos sueltos tras las telas, y como sus pezones se dibujaban cada vez que me veía. 
Salía temprano a preparar el desayuno, se levantaba con el sol, y sus rayos iluminaban la vida en casa de mi abuela.
Me escondía tras los viejos muebles siempre cubiertos por sabanas blancas al amanecer, como queriendo arrancar del polvo que empujaba la tarde. Las puertas permanecían abiertas hasta el medio día. Ella aseaba con un gran escobillón arrastrando el polvo hacia la salida. El maravilloso tambaleo de sus carnes tras el delantal , parecía desnudar la imaginación . Sus senos bailaban de lado a lado llenando los espacios. Las corrientes de aire que entraban por la puerta, levantaban sus faldas dejando al descubierto parte de lo que podíamos imaginar. Los encajes, desvestían parte de sus muslos mientras las enaguas bailaban al movimiento de sus caderas. Excitado por la escena, corría al baño para entrar en una regadera que apenas calentaba el agua para enfriar mis pensamientos. 
Cuarenta y tantos años de seducción y experiencia acumulada entre esos senos y piernas que hacían del tiempo sólo una casualidad. Yo de dieciséis años, de inagotable imaginación que no se detenía ni a pensar.
Sentía que me deseaba, pero ella insistía en tratarme como a un niño. Me conocía desnudo, y me había visto crecer. Muchas veces la sentía caminar por el corredor cuando me bañaba. Siempre tocaba trapear justo en el instante en que me sentía entrar al baño.
Temblaba de deseo de tan sólo imaginarla. Cuando la sentí, lleno de temor, excitado por la imagen, abrí la puerta y me expuse desnudo frente a ella. No salía palabra de mi garganta anudada por el deseo. Sentía mi cabeza hervir, y mi sexo estaba duro y temblando como mi cuerpo.
- Pero que haces?....- sus ojos estaban petrificados y fijos mirando un cuerpo temblar..
- La deseo.- fue lo único que salió de mi atribulada garganta mientras me deshacía por dentro.
Acercó su mano a mi cara, pero saltándose los protocolos, puso los dedos sobre mi cuello, y bajo suavemente recorriendo mi cuerpo, dibujando las formas, como si de un lienzo se tratase. Antes de llegar a mi sexo, fijo su mirada, y apretando los labios, abrió sus manos hasta  alcanzar mi sexo jugando entre los vellos, dejando que sus dedos se deslizaran por el tronco hasta atrapar con sus dedos la punta húmeda, que no dejaba de temblar.
Sentí deseo de claudicar y dejarme llevar. Justo antes de explotar, soltó dejando sus dedos muy cerca, como si una burbuja de energía presionara sin tocar la piel.
Sentí que mis piernas se doblaban, mientras mi corazón pulsaba queriendo escaparse de mi pecho. Como si un campo de gravedad nos encerrara en una burbuja de electricidad, podía sentir su piel. Su perfume dio vueltas en mi cabeza, mientras mordía sus labios en silencio, balanceando su cuerpo hacia mi. La punta de sus pezones tomaba contacto con mi piel, mientras las telas que lo separaban de mi pecho, creaban una fricción que los endurecía.
Una de sus manos se deslizó por mis caderas, hasta clavarse en mis nalgas, dejando que sus uñas se enterraran en las carnes, mientras su boca se acercaba a mi cuello, donde su lengua fue lamiendo el sabor del sudor que corría sin control. Al llegar a mi oído susurró:
-Que quiere mi niño?...- y jadeo provocando un mareo intenso en mi cabeza.
Mi sexo pulsaba sin pudor sacudiendo el aire que nos separaba. Uno de sus dedos bajo entre mis nalgas
abriéndolas en su recorrido, deteniéndose justo a la entrada del pudor, hundiéndose suavemente hasta agitar nuevamente los pulsos, que no paraban de cortar la distancia entre los dos. Su otra mano atrapó mi sexo desplazando la piel para dejarla desnuda en su cabeza. Los pulsos bombearon entre sus dedos, mientras mi cuerpo se doblaba entre sus manos.
- Niño malo...- susurró, mordiendo mi oreja.
Abrió su vestido dejando al descubierto sus senos desnudos, mientras sus pezones se acunaban en mí, hundiéndose en mi piel. Me fui encima tirando de las telas para dejarla desnuda, expuesta a mis manos, embriagándome con su piel. Al fin podía dejar que mis manos la acariciaran y disfrutaran de su cuerpo.
Una de sus manos me empujó contra la pared, y luego se deslizaron por mi cuerpo mientras, descendía con su boca besando cada rincón hasta quedar de rodillas a la altura de mi sexo.
Cerré mis ojos dejándome llevar...
Ese verano salí con una sonrisa de la casa de campo de mi abuela, nadie lo podía entender, pero yo sabía porqué.

Juan de Marco, Un verano para no olvidar.



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