Caprichosa Dulzura. (semana 38 con Sindel.)

"Extingue tu alma, trata de encontrar placeres en todo aquello que alarma tu corazón: no bien alcanzada, la perfección de ese estoicismo, sentirás nacer, a partir de esa apatía, una multitud de placeres nuevos, mucho más deliciosos que los que crees encontrar en la fuente de tu funesta sensibilidad…"


SangGu, dormía profundamente sin emitir ni un sonido, con su respiración acompasada. Sus pechos caían hacia delante, después oscilaban y se movían alternativamente, primero hacia un lado y luego hacia el contrario, en completo equilibrio, determinados por un punto fijo, como un eje perfecto.
Mis dedos tiemblan ante ellas rozando su alma, mientras ella pulsa excitada. Pellizco sus pezones suavemente retorciéndolos entre mis dedos; Ella gime casi dormida, sus pezones son como una bombilla en el microcosmos. Su cuerpo golpea mi iracundo y pesado sexo cuando se estira, buscando un ligero roce que me endurece; Por delante, aparece una clara ventana al cielo en la abertura del pantalón, y por detrás de ella, contra sus muslos, una viril enmienda. 
Cuando ella se enrosca, tiene que abrir las piernas. Podría coger con una mano todo el fruto de la higuera, y hacer de mis dedos, furiosos paseantes. Se revuelve entre las sabanas, dejando su cuerpo apoyado en mi vientre y su vello se pierde entre sus piernas cerradas. Un ligero brillo de humedad corre por la espalda y desciende hasta sus nalgas.
Sus carnes al presentarse completas y desnudas, expuesta junto a la franja que divide sus nalgas, la frontera , se vuelve majestuosa. Un culo apetitoso con sus pequeñas imperfecciones que lo hacen más real. Un culo con un recoveco oculto, que imaginé apenas más oscuro, que la piel que lo rodeaba. Un pequeño espacio tenso, por el que al principio no entra más que un meñique, aún ayudado por la saliva o con el flujo que desborda en su sexo. Un paraiso que hay que besar, lamer y apenas invadir con dos falanges de un dedo, antes de penetrar. Un as de oros precioso, cuidado, que necesita amor para dilatarse. Un pulso en el que si dejas el dedo quieto, puedes sentir cómo late el corazón.
Al acercarme a ella y entrar entre sus piernas, sentí un abismo que me envolvía, como un suspiro regado de miel, mientras su sexo, se contraía en torno al mio no dejándome marchar; Como si tuviera una inquebrantable voluntad propia y estuviera determinada a extraer hasta la última gota de mi cuerpo.
Me deje llevar por el vaivén de su sueño, mientras resolvía como escapar de su vida, pero ella era una flor salvaje, indómita y no podría haber pasado solo por su vida, sin antes, haber probado su delicada belleza y dejarme embriagar por su extravagante y caprichosa dulzura.

Juan de Marco.

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En mi jardín el deseo no tiene límites.

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